jueves, 28 de junio de 2012

Para Dios o para el Diablo

No cabe duda de que con nuestras acciones de cada día vamos forjando nuestro propio destino. El día del parto de una mujer indígena mandaron llamar a una comadrona con fama de bruja, la cual ayudó a que la hermosa niña que llevaba en el vientre naciera sin ninguna complicación; sin embargo la bruja dijo: “Cuando crezca, esta niña será reclamada por Dios y por el Diablo”. La familia no escuchó tal presagio y los años pasaron. En el cumpleaños número 15 de esa niña a la que llamaron Clara se había convertido en una bellísima joven, tan bella que se decía que era la mujer más linda de la Nueva España. El mismo dé de su cumpleaños llegaron unas monjas a la casa de esa familia ofreciendo llevarse a la joven a un convento para su educación y sobre todo, para inculcarle el temor a Dios y a sus castigos a que se hacían merecedores  quienes no cumplieran sus leyes, ya que la hermosa joven tenía fama de déspota. Los jóvenes le preguntaron si quería ser internada en un convento, a lo que ella respondió: “Sólo las feas y las infelices deben de estar encerradas”. Los padres se propusieron casar a la joven y ella puso como condición que cada caballero que la fuera a pedir tenía que batirse en duelo para alcanzar los favores de su corazón y desposarla, claro que esto no fue complicado, pues decenas de caballeros murieron en duelos y ella no se decidía por nadie. En su cumpleaños 16, al llegar la noche, la joven escuchó los cascos de un caballo llegar hasta donde estaba su balcón, acto seguido se escuchó una bella melodía, fue entonces cuando se sintió atraída a asomarse. Se sorprendió cuando distinguió a un hermoso caballero que jamás había visto, él había llevado aquella serenata y estaba al pendiente de la joven con una rosa en la mano. Pasaron los días y el apuesto caballero iba cada noche a ver a la bella joven, quien ya para ese entonces estaba enamorada del hermoso mancebo, quien le pidió que huyera con él a la noche siguiente a lo que ella aceptó. Así el caballero llegó a la hora de costumbre, Clara ya lo estaba esperando con equipaje en mano, bajó sigilosamente por la ventana y montando en el caballo de su enamorado salieron de la Ciudad de México.
En el camino, la joven iba acariciando la mano de su enamorado cuando de pronto la sintió llena de bello y al verla, notó que no sólo estaba llena de pelo sino que además tenía unas largas uñas, al voltear a ver al joven, horrorizada miró que se trataba del demonio. Nunca se volvió a saber nada de la joven, pero se dice que a los pocos días de haberse ido se encontró en un paraje cercano a una mujer con la cara totalmente desfigurada.

La Dama del muelle de San Blass


San Blas es un puerto ubicado a 69 km al noroeste de Tepic, fundado en el siglo XVII y de ahí partían innumerables expediciones además de ser un refugio de piratas. Sin embargo en esta ocasión vamos a enfocarnos a una historia de amor que se entretejió en el siglo pasado. Un par de jóvenes se enamoran a muy temprana edad, pero su forma tan precaria de vida les impedía unirse. Por ello él tomó la decisión de ir en busca de fortuna. Una tarde, cuando las olas inquietas cubrían los tobillos de la joven, ésta despidió a su amado con todo el dolor de su corazón algo había en el ambiente que no acababa de agradarle, pero él la convenció de que pronto estarían juntos.
Ella lloró su partida, y todos los días esperaba su regreso, pero los meses pasaron y no había barco que le devolviera a su amado. Llevaba el mismo vestido por si él volviera no se fuera a equivocar; miles de lunas la vieron llorar, porque siempre estaba en el muelle esperando.
Años después, un amigo del joven, al verla, se acercó y le sugirió que no esperara más, pues de acuerdo con lo que había visto, el barco en el que viajaba se había hundido en el mar, no sin antes haberle permitido vivir con otra mujer. Sin embargo ella no creyó ni una sola palabra y siguió esperando la promesa del joven, pues no concebía  la idea de que se encontraba ante el amparo del olvido.
A partir de entonces, todos la creyeron loca e intentaron encerrarla en el manicomio, pero nadie la pudo separar del mar. La mujer estaba convencida de que algún día aquel hombre que había partido regresaría y ella quería estar allí para esperarlo. Por supuesto esto jamás sucedió, pues las palabras de aquel amigo eran tan ciertas como el oleaje tan peligroso que se acercaba; trataron de convencerla de que se apartara del mar, pero nada valió, sus cabellos se habían encanecido y hasta pareciera que sus pies habían echado raíz en aquel sitio. Murió cuando una fuerte ola la arrastró devolviendo su cuerpo a la arena.
El sepelio estuvo lleno de cariño, desconcierto y hasta morbo por parte de todos aquellos que la habían visto siempre parada en el puerto de San Blass. Pasaron los días y una noche de luna llena, cuando las olas del mar volvieron a estar alborotadas y la neblina se hizo presente en el puerto, un marinero vio la silueta de una mujer; cuando se acercó a ella pudo notar que su cuerpo era transparente, en su rostro tenía el semblante triste, pero sereno. El hombre fue a avisar a todos los que estaban pasando, aunque nadie se extrañó, porque bien dicen que los muertos vuelven de sus tumbas cuando hay algo que les perturba y es evidente que el regreso de su amado aún sigue siendo parte de sus planes, tanto, que se le ha olvidado que lleva más de un siglo muerta o quizás todo este tiempo no se ha dado cuenta que lo está.
La dama del muelle de San Blass o del puerto como muchos han llamado a la historia, ha servido de inspiración hasta de canciones y nadie que vaya a visitar el lugar sale de allí sin haber escuchado antes la extraordinaria leyenda; pero si usted visita el puerto los días de luna llena, sin duda verá a lo lejos la silueta de una mujer que todavía se encuentra en espera.

El ánima errante


El interior de la República al igual que en la capital, ha entretejido historias que hasta nuestros días han perdurado en sus calles. Tal es el caso del Espíritu del Puente, donde se dice que Salvador Hernández se aparece pidiendo un aventón. Pero veamos cómo inicia esta historia...
Se cuenta que cierto día Fray Juan del Espíritu Santo se encontraba dando su paseo cotidiano por los pasillos del convento de Celaya, tal y como lo venía haciendo los últimos años, cuando necesitaba reflexionar. Pero esta vez, sus pensamientos fueron interrumpidos por un indígena del lugar, que sofocado, llegó a confesarle algo, ya que de acuerdo con este hombre, él era el único que podía ayudarlo.
Así, Fray Juan llevó a Felipe Santiago, como dijo llamarse, hasta el confesionario donde finalmente lo escuchó con asombro.
-Es necesario que lo confiese ante testigos-dijo el padre-. Es de suma importancia que lo haga-prosiguió al ver la indecisión de Felipe.
El indígena accedió, fijando el padre una cita con él para el día siguiente. Y aunque Felipe aceptó gustosamente, ya de camino a casa se preguntaba:
"¿Para qué querrá el padre que haya testigos? ¿Acaso no cree en mí?", se decía al tiempo en que la tarde comenzaba a helar, tanto que sus pies se le congelaban. Aquel viento calaba entre los agujeros de los huaraches, y como pudo llegó hasta su casa.
Al día siguiente, justo a la hora en que habían quedado Felipe y Fray Juan, se reunieron los sacerdotes impacientes de escuchar el relato del joven.
Felipe se encontraba visiblemente nervioso, pero aun así inició su relato:

Pues verán, mi primo Salvador Hernández falleció hace tres años y yo personalmente lo vestí; cuando lo estaba haciendo sentí claramente cómo me apretó la mano izquierda en tres ocasiones, pero no le dí importancia, ya que todavía no podía aceptar que mi pariente estuviera muerto.
Por tal motivo, jamás le conté a nadie lo que me pareció sentir aquella tarde, por el miedo a que se burlaran de mí creyéndome loco. Pero cierta tarde, cuando fui a San Miguelito a recoger maíz, atravesé el Puente de Silva, aquel que dicen que está embrujado, fue entonces cuando escuché claramente que mi primo Salvador me llamó; como era de imaginarse, yo corrí lo más rápido que pude, pero entre más corría más fuerte era la voz de primo, que me decía que debían oficiar tres misas en su nombre, ya que su alma se encontraba penando y no podía descansar en paz.
Fue tanto el temor que se apoderó de mí que ya no pude seguir mi paso y sólo recuerdo que me desplomé. Momentos más tarde me encontré del brazo de mi cuñado Melchor, quien aseguraba que estaba borracho, pero no pudo comprobarme nada pues no tenía aliento alcohólico.
Y después de comentar lo sucedido con mi familia, ellos me han pedido que viniera con ustedes para que el alma de mi primo pueda descansar en paz.

Los sacerdotes, que habían escuchado el relato del indígena, se quedaron asombrados, ya que no era la primera persona en asegurar que había un espíritu en el puente, pero sí era el primero en ponerle nombre.
Este remedio surtió efecto, porque después de las misas, Felipe estaba tranquilo y agradecido con el sacerdote, pues gracias a él y a su santo oficio ya no sentía miedo; sabía que el alma de su primo se encontraba ahora sí en paz.
Loa habitantes del pueblo de San Miguelito y de sus alrededores, acostumbraban decir antes de las misas que allí asustaban, que se oían quejidos horrendos y que los perros aullaban cuando se acercaban a ese lugar. Pero la  verdad es que después de  que se hicieron las misas al difunto, el puente quedó en silencio y en una paz tranquilizadora.
Sin embargo hoy en día, hay personas que aseguran que todavía se escuchan los quejidos de un hombre y hay quienes afirman haber visto una silueta blanca. Aunque no se ha podido precisar si se trata del mismo Salvador a quien los padres de Celaya le ofrendaron tres misas, o es algún otro espíritu errante, ya que en las crónicas de aquellos años, ni siquiera se precisa el motivo por el cual este joven no podía descansar en paz, penando durante tres años como ánima errante. 

El fantasma de la monja

Esta leyenda, como muchas otras sucedió en la época de la Colonia, época inolvidable por muchas razones, dentro de las cuales las más importantes son los antiguos testimonios en donde se barajan nombres auténticos y acontecimientos que hacen de nuestro país un abanico de leyendas.
Durante muchos años y según consta en las actas del muy antiguo convento de la Concepción, que hoy se localizaría en la esquina de Santa María la Redonda y Belisario Domínguez, las monjas enclaustradas en tan lóbrega institución, vinieron sufriendo la presencia de una blanca y espantable figura que en su hábito de monja de esa orden, veían colgada de uno de los árboles de durazno que en ese entonces existía.
Cada vez que alguna de las novicias o profesas tenían que salir a alguna misión nocturna y cruzaban el patio y jardines de las celdas interiores, no resistían la tentación de mirarse en las cristalinas aguas de la fuente que en el centro del convento había y entonces ocurría aquello: tras ellas, balanceándose al soplo ligero de la brisa nocturnal, veían a aquella novicia pendiente de una soga, con sus ojos salidos de las órbitas y con su lengua como un palmo fuera de los labios retorcidos y resecos, sus manos juntas y sus pies con la puntas de las chinelas hacia abajo.
Las religiosas huían despavoridas llevando hasta sus labios el nombre de Dios, pero cuando llevaban a las superioras, la horrible visión ya se había esfumado.
La aparición de la monja ahorcada en el durazno se remontaba a muchos años antes, pues debe tenerse en cuenta que el Convento de la Concepción fue el primero en ser construido en la capital de la Nueva España, apenas 22 años después de la consumación de la Conquista; de ahí que recibieran como novicias a hijas, familiares y conocidas mujeres de los conquistadores españoles.
Después de arduas investigaciones para esclarecer el origen de esas apariciones, se supo que dicho fantasma correspondía  a la que en vida llevó el nombre de doña María de Alvarado, quien compartía la morada con sus hermanos Gil y Alfonso Ávila en la esquina que hoy serían las calles de Argentina y Guatemala, justamente donde se ubicaba una cantina.
Se cuenta que era una mujer muy bonita y de gran prestancia que se enamoró de Arrutia, un mestizo de humilde cuna, que al ver su amor que ella le profesaba por los ojos, quiso hacerse de mujer, dinero y linaje.
A tales amoríos se opusieron los hermanos Ávila, sobre todo Alfonso, quien llamando una tarde al irrespetuoso y altanero mestizo, le prohibió que anduviese tras su hermana.
-Nada podéis hacer si ella me ama-dijo altaneramente Arrutia- pues el corazón de vuestra hermana es mío: podéis oponeros cuanto queráis, que nada logréis.
Molesto don Alfonso se fue a su casa para hablar con su hermano Gil, a quien le contó lo sucedido. Gil pensó en matar al bellaco que se enfrentaba a ellos, pero don Alfonso pensando mejor las cosas, dijo que el sujeto era un mestizo despreciable que no podría medirse a espada contra ninguno de los dos y que mejor sería que le dieran un escarmiento.
Así decidieron reunir un buen monto de dinero y se lo ofrecieron al mestizo para que se largara para siempre de la capital, pues con los dineros ofrecidos podría instalarse en otro sitio y poner un negocio lucrativo.
Se dice que el mestizo aceptó y sin darle un adiós  a su amada se fue a Veracruz y de allí a otros lugares, dejando transcurrir los meses para ajustarse a dos años, tiempo durante el cual  la desdichada doña María Alvarado sufría, padecía, lloraba y gemía como una sombra por la casa solariega de los hermanos. Al verla sufrir tanto, sus hermanos decidieron convencerla para que entrara de novicia a un convento. Escogieron para dicho fin el de La Concepción y no fue difícil que la aceptaran, pues luego de haber dado una fuerte cantidad de dinero, la joven tuvo que ir a refugiarse del dolor que le provocaba la supuesta muerte del mestizo.
Pero sin mucha voluntad, doña María entró como novicia, en donde comenzó a llevar la triste vida claustral, aunque sin dejar de llorar su pena de amor, recordando al mestizo Arrutia. Por las noches, en la angustiosa soledad de su celda se olvidaba de su amor a Dios, de su fe y de todo y sólo pensaba en aquel mestizo que la había abandonado.
Al fin, una noche, no pudiendo resistir más esa pasión que era mucho más fuerte que su fe, decidió matarse ante el silencio del amado de cuyo regreso llegó a saber, pues el mestizo había vuelto a pedir más dinero a los hermanos Ávila.
Se cuenta que al saberse traicionada por ambas partes, de su amado y de sus hermanos, tomó un cordón y lo trenzó con otro para hacerlo más fuerte, después se hincó ante el Cristo Crucificado a quien pidió perdón por no haber tenido el valor y la pasión de profesarse. Caminó hasta la fuente donde se reflejó por última vez, allí derramó unas lágrimas que se confundieron con la cristalina agua. En cuanto tomó aliento ató la cuerda a una de las ramas del durazno y volvió a rezar pidiendo perdón a Dios por lo que iba a hacer, y sin pensarlo dos veces se lanzó golpeando sus pies en el brocal de la fuente.
Y allí quedó, balanceándose como un  péndulo blanco movido por el viento. Al día siguiente, cuando la portera del convento fue a revisar los picaportes y herrajes de la puerta del convento, la vio colgando rígida y con el semblante blanco.
El cuerpo ya tieso de María de Alvarado fue bajado y sepultado esa misma tarde en el cementerio interior del convento y allí pareció terminar aquel drama amoroso. Sin embargo, un mes después, una de las novicias vio la horrible aparición reflejada en las aguas de la fuente. A esta aparición siguieron otras, hasta que las superioras prohibieron la salida de las monjas a la huerta después de la puesta de sol.
Al deducir que el alma de la joven andaba penando, las autoridades comenzaron a investigar, tomando por culpables a los hermanos Ávila, pues habían sido ellos los que de alguna manera encaminaron a María a terminar con su vida de esa manera. Así que los juzgaron y sentenciaron a muerte en cuanto el sol comenzaba a asomarse.
La casa donde vivieron fue destruida y arada con sal, ya que de acuerdo con algunas costumbres de la época, ésa era la única forma en que el alma de la moja pudiera descansar en paz.

La llorona

-¡¡¡Hay mis hijos, que será de mis hijos!!!- este es el conocido lamento de la llorona, la cual aparecía a media noche en la Ciudad de México cuyos habitantes se encerraban al escuchar el toque de queda en la catedral.
Al oír ese angustioso lamento, lo único que quedaba era murmurar una oración mientras se sostenía un rosario, cruz o imagen. 
Estos gritos eran de ultratumba y se podían oír en toda la Ciudad de México.
Al parecer la leyenda cobró vida en el México prehispánico; se creía que la llorona era la combinación de tres diosas: Cihuacoatl (la mujer serpiente), Teoyaominqui (vigilante de las almas muertas) y Quilatzli (madre de gemelos). Se cuenta que esta diosa vagaba por las noches vestida de blanco y siempre gritando por la pérdida de sus hijos, y según se cree, la diosa presagiaba desgracias y muerte.
Sin embargo fue durante la época de la colonia que esta leyenda tomó más fuerza, se decía que era una mujer a la que había abandonado su esposo, entonces la mujer llena de furia asesinó a sus hijos y al darse cuenta del terrible acto que había hecho, se suicidó quedando condenada a lamentar la muerte de sus hijos.
También se decía que el espíritu era de Doña Marina (mejor conocida como la Malinche) que todas las noches salía a penar y a pedir perdón por traicionar a su pueblo.
Hay distintas versiones sobre esta leyenda, algunos dicen que la llorona ahogó a sus hijos en el río, que los apuñaló... incluso hay quien dice que jamás se suicidó sino que en vida y en la muerte ella se condenó a vagar por las calles por la muerte de sus hijos... y hace algunos años, en algunas colonias todavía se contaban historias acerca de mujeres a las que se les morían sus hijos en algún accidente o por descuido de la mujer, y la madre desconsolada recorría las calles llorando y rogando que les regresaran a sus hijos.