jueves, 28 de junio de 2012

El ánima errante


El interior de la República al igual que en la capital, ha entretejido historias que hasta nuestros días han perdurado en sus calles. Tal es el caso del Espíritu del Puente, donde se dice que Salvador Hernández se aparece pidiendo un aventón. Pero veamos cómo inicia esta historia...
Se cuenta que cierto día Fray Juan del Espíritu Santo se encontraba dando su paseo cotidiano por los pasillos del convento de Celaya, tal y como lo venía haciendo los últimos años, cuando necesitaba reflexionar. Pero esta vez, sus pensamientos fueron interrumpidos por un indígena del lugar, que sofocado, llegó a confesarle algo, ya que de acuerdo con este hombre, él era el único que podía ayudarlo.
Así, Fray Juan llevó a Felipe Santiago, como dijo llamarse, hasta el confesionario donde finalmente lo escuchó con asombro.
-Es necesario que lo confiese ante testigos-dijo el padre-. Es de suma importancia que lo haga-prosiguió al ver la indecisión de Felipe.
El indígena accedió, fijando el padre una cita con él para el día siguiente. Y aunque Felipe aceptó gustosamente, ya de camino a casa se preguntaba:
"¿Para qué querrá el padre que haya testigos? ¿Acaso no cree en mí?", se decía al tiempo en que la tarde comenzaba a helar, tanto que sus pies se le congelaban. Aquel viento calaba entre los agujeros de los huaraches, y como pudo llegó hasta su casa.
Al día siguiente, justo a la hora en que habían quedado Felipe y Fray Juan, se reunieron los sacerdotes impacientes de escuchar el relato del joven.
Felipe se encontraba visiblemente nervioso, pero aun así inició su relato:

Pues verán, mi primo Salvador Hernández falleció hace tres años y yo personalmente lo vestí; cuando lo estaba haciendo sentí claramente cómo me apretó la mano izquierda en tres ocasiones, pero no le dí importancia, ya que todavía no podía aceptar que mi pariente estuviera muerto.
Por tal motivo, jamás le conté a nadie lo que me pareció sentir aquella tarde, por el miedo a que se burlaran de mí creyéndome loco. Pero cierta tarde, cuando fui a San Miguelito a recoger maíz, atravesé el Puente de Silva, aquel que dicen que está embrujado, fue entonces cuando escuché claramente que mi primo Salvador me llamó; como era de imaginarse, yo corrí lo más rápido que pude, pero entre más corría más fuerte era la voz de primo, que me decía que debían oficiar tres misas en su nombre, ya que su alma se encontraba penando y no podía descansar en paz.
Fue tanto el temor que se apoderó de mí que ya no pude seguir mi paso y sólo recuerdo que me desplomé. Momentos más tarde me encontré del brazo de mi cuñado Melchor, quien aseguraba que estaba borracho, pero no pudo comprobarme nada pues no tenía aliento alcohólico.
Y después de comentar lo sucedido con mi familia, ellos me han pedido que viniera con ustedes para que el alma de mi primo pueda descansar en paz.

Los sacerdotes, que habían escuchado el relato del indígena, se quedaron asombrados, ya que no era la primera persona en asegurar que había un espíritu en el puente, pero sí era el primero en ponerle nombre.
Este remedio surtió efecto, porque después de las misas, Felipe estaba tranquilo y agradecido con el sacerdote, pues gracias a él y a su santo oficio ya no sentía miedo; sabía que el alma de su primo se encontraba ahora sí en paz.
Loa habitantes del pueblo de San Miguelito y de sus alrededores, acostumbraban decir antes de las misas que allí asustaban, que se oían quejidos horrendos y que los perros aullaban cuando se acercaban a ese lugar. Pero la  verdad es que después de  que se hicieron las misas al difunto, el puente quedó en silencio y en una paz tranquilizadora.
Sin embargo hoy en día, hay personas que aseguran que todavía se escuchan los quejidos de un hombre y hay quienes afirman haber visto una silueta blanca. Aunque no se ha podido precisar si se trata del mismo Salvador a quien los padres de Celaya le ofrendaron tres misas, o es algún otro espíritu errante, ya que en las crónicas de aquellos años, ni siquiera se precisa el motivo por el cual este joven no podía descansar en paz, penando durante tres años como ánima errante. 

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